Nuestra profesión, en constante transformación y cambio, viene obligada a afrontar numerosos retos cuya superación es imprescindible, no sólo para sobrevivir, sino para adaptarse y mejorarse en los nuevos escenarios que se van bosquejando, día a día, en nuestro presente y futuro inmediato.

Curiosamente, los avances tecnológicos están jugando un papel esencial en esta transformación, y prueba de ello reside en los esfuerzos que la abogacía, como colectivo, está realizando en adaptarse a los mismos y mejorar nuestra práctica profesional. Sin embargo, sin desvalorizar la importancia de este aspecto (lo cual sería un evidente desatino), lo cierto es que la naturaleza humanista de la profesión sigue estando ahí, inmutable, y pidiendo a gritos que la cultivemos, que la mimemos, porque sin considerar los aspectos humanos de la abogacía, cualquier transformación destinada a la modernización quedaría huera, vacía y sin sentido.

El humanismo de la abogacía sostiene que siendo la persona el vértice de todas las cosas, el ejercicio de nuestra profesión se encuentra condicionado por dicho principio, y con ello nuestra forma de ser y de vivirla. Efectivamente, la abogacía dispone de un lado humano que se dirige a poner en valor a la persona como vértice de la profesión, faceta esta que, como hemos adelantado, guarda una enorme relación con el “ser abogado” y que consideramos debe potenciarse aprovechando esta tendencia a resaltar las cualidades humanas.

Y esto no es pura sensiblería, pues si observamos detenidamente el día a día de cualquier abogado, llegaremos a la conclusión de que lo que más le afecta, inquieta y preocupa son cuestiones vinculadas con nuestro diálogo interior, con las complejas relaciones con los clientes, con las tensiones con los compañeros de profesión y, cómo no, con la difícil convivencia forense con jueces, fiscales, letrados de la administración, etc. Todas estas interacciones generan unas difíciles situaciones anímicas (humanas) que van labrando la personalidad del abogado día a día, y de las que, generalmente, nadie se ocupa salvo el propio profesional.

Lo peligroso de estas consecuencias derivadas de las relaciones humanas que impregnan nuestra labor, es que van creando, de forma casi imperceptible, una pátina de frustración y amargura que constituye una losa a veces difícil de levantar.

Afortunadamente, los abogados disponemos de un mecanismo de resiliencia fortalecido con el paso de los años que hace que, a pesar de aquellos sinsabores, nos recuperemos fácilmente gracias a los aspectos que hacen maravillosa esta profesión. Ver https://oscarleon.es/la-alta-tolerancia-la-frustracion-una-habilidad-clave-del-abogado/ y https://oscarleon.es/la-carga-del-abogado-a-veces-losa-a-veces-pluma/

Sin embargo, esta deriva, a veces triste y otras alegre (como todo lo humano) no debe quedar bajo la exclusiva responsabilidad del abogado, sino que es fundamental que a través de las instituciones, y con ello me refiero especialmente a los Colegios, se adopten de forma permanente medidas que ayuden a sus profesionales a superar estas situaciones, armándolos con los medios y herramientas necesarios para que las relaciones humanas se desarrollen en el mejor de los escenarios posibles y, para el caso de que esto no pueda ser, que sepan actuar de la forma más apropiada para gestionar adecuadamente los conflictos que surjan.

Ahí van una serie de propuestas para dar cumplimiento a lo anterior:

  • Incluir en las formación continuada y en la del Turno de Oficio materias relacionadas con la comunicación y las habilidades emocionales como la empatía, la escucha activa, la resiliencia, el autoconocimiento, la gestión del conflicto, y otras afines con la forma de relacionarnos con las personas con las que interactuamos diariamente.
  • Potenciar la formación en aspectos deontológicos, pues una guía precisa del comportamiento profesional en cualquier contexto es de enorme valor para saber gestionar situaciones difíciles.
  • Crear la figura del mentor, de forma que los jóvenes abogados puedan beneficiarse de la ayuda de abogados veteranos que disponen de experiencia y conocimientos de primera mano, en lo que es no sólo la práctica del derecho sustantivo y procesal, sino igualmente en la sabiduría del ejercicio profesional.
  • Cuidar desde el principio a los jóvenes que se incorporan a los Colegios, acompañándolos en su proceso de crecimiento con las enseñanzas de habilidades prácticas y emocionales para desenvolverse en la profesión.
  • Ocuparse de la salud mental y física del abogado a través de actuaciones (Comisiones, Secciones, Grupos de Trabajo) que se ocupen de concienciar, orientar y formarlo en todo lo referente a la mejora de su salud mental y física.
  • Fomentar Grupos de trabajo con otros operadores jurídicos, especialmente con jueces y magistrados, con el fin de localizar las áreas “patológicas” que se producen con más frecuencia en las relaciones forenses en búsqueda de soluciones para crear un clima más positivo.
  • Introducir en los Cursos de Acceso a la Abogacía materias vinculadas a las ya citadas enseñanzas de habilidades prácticas y emocionales para desenvolverse en la profesión.

Estas son algunas de las ideas, de otras muchas que podéis aportar, a través de las cuales, consigamos que esa naturaleza humanista nos haga ser y vivir la profesión de una manera más gratificante.

¿Por qué no damos un paso adelante?