Podemos afirmar, sin riesgo a equivocarnos, que en lo referente a los abogados, el siglo XXI está siendo el periodo del descubrimiento de las habilidades, destrezas y cualidades con las que estos profesionales deben afrontar sus retos y actividades diarias. Efectivamente, sin perjuicio de la importancia del conocimiento sustantivo del derecho, ahora es frecuente encontrar artículos y posts que reflexionan sobre dichas habilidades, colaboraciones en las que destacan aspectos que tratan sobre habilidades relacionadas con la transformación tecnológica, la innovación y proactividad, la gestión del tiempo, el marketing y la empresa, la adquisición y gestión de conocimientos, etc. Igualmente, acompañan a éstas habilidades emocionales como la empatía, la escucha activa, y otras afines con la forma de comunicarnos y relacionarnos con las personas con las que interactuamos diariamente.

Si observamos detenidamente las habilidades que integran esta “avalancha” formativa, comprobaremos que se empieza a perfilar un concepto que, de suyo, ha pertenecido al abogado desde siempre, y que, curiosamente, ha sido marginado en beneficio de  los conocimientos estrictamente técnico-jurídicos. Nos estamos refiriendo al humanismo o naturaleza humanista de la profesión, en la que destaca el principio que afirma que siendo el hombre el vértice de todas las cosas, el ejercicio de nuestra profesión se encuentra condicionado por dicho principio, y con ello nuestra forma de ser y vivir la profesión.

   «En el humanismo destaca el principio que afirma que siendo el hombre el vértice de todas las cosas, el ejercicio de nuestra profesión se encuentra condicionado por dicho principio, y con ello nuestra forma de ser y vivir la profesión»

 Consciente de este contexto, el presente artículo se centrará en estas cualidades que representan el lado humano de la profesión, es decir, aquellas que se dirigen a poner en valor a la persona como vértice de la profesión, faceta esta que, como hemos adelantado, guarda una enorme relación con el “ser abogado” y que consideramos debe potenciarse aprovechando esta tendencia a resaltar cualidades humanas.

Con este propósito, hablaré sobre lo que entiendo debe ser un abogado humanista, los beneficios que ello entraña y algunos consejos para acercarnos a ese ideal.

El abogado humanista

 Para comenzar, que mejor que destacar este texto de MARTÍNEZ DEL VAL en el que ,de forma bellísima, nos expone la profunda vinculación del abogado con todo aquello relacionado con la persona:

“Aquello más característico del hombre, el debate moral de su conducta y el resultado de su libre determinación; su amor y sus intereses: la dignidad intransferible de su alma, y su compromiso social, eso es, y no otra cosa, el campo de acción del abogado. Cuida el médico del cuerpo; el educador, de la formación; el sacerdote de la vida sobrenatural del hombre. Pero el hombre queda, entero y verdadero, con sus totales dimensiones, bajo la mirada del abogado. Nadie intente, pues, ser abogado sin conocer al hombre. Y nadie conoce al hombre sin ser humanista. Humanismo es, sobre todas las cosas, comprensión, simpatía cordial, calor de humanidad por todos y cualquiera”

 El abogado humanista en sus relaciones profesionales

 Bellísimas palabras que sirven de preámbulo para examinar las diversas interacciones en las que el abogado debe mostrar su humanismo en todo su esplendor:

1º.- Vivir por uno mismo: Lo primero que debe hacer el abogado humanista es conocerse a sí mismo, saber que actúa como persona, y que ser abogado es ser persona. Ello nos llevará a conocer nuestras fortalezas y debilidades, y con ello, a un crecimiento permanente en el que la modestia, el sentido de la medida y la prudencia, serán nuestras guías en un entorno en el que interactuamos permanentemente con personas. En la medida en que mejor se conozca, mejor podrá interactuar con las personas que integran su mundo profesional. Desgraciadamente, debido a la elevada carga de trabajo que soportamos, a la tensión que conllevan los términos y plazos, a la dependencia de decisiones dictadas por un tercero, etc., el abogado es poco proclive a detenerse y sentarse a reflexionar sobre cuestiones de autoconocimiento, siendo una tarea vital tanto para su mejora como crecimiento personal y profesional.

    «Lo primero que debe hacer el abogado humanista es conocerse a sí mismo, saber que actúa como persona, y que ser abogado es ser persona»

 2º.- El cliente: Partiendo de la relación que mantenemos con el cliente y de la importancia de la misma, el abogado deberá seguir una serie de pautas de conducta en la que el valor de la relación personal cobrará el máximo interés.

En este peculiar contexto, el abogado humanista deberá:

  • Conocer al cliente, es decir, conocer a la persona, cómo piensa, cómo siente, cuáles son sus estados de ánimo, y cómo quiere ser tratado para sentirse cómodo en una circunstancia tan difícil como la que le hace acceder al despacho. Esta cuestión es vital, pues las personas son muy diferentes, y más cuando están sometidas a la presión de contactar con un abogado (por razón de la existencia de un problema personal, patrimonial, etc.).
  • Comprender al cliente, o lo que es lo mismo, empatizar con su situación poniéndose en la piel del cliente y tratar de entender los motivos, causas y razones de su proceder. Esta actitud debe considerarse con mucha prudencia, pues empatizar no significa simpatizar. El abogado debe comprenderlo, pero tiene que mantenerse al margen evitando identificarse emocionalmente, pues de lo contrario su actividad en interés del cliente se verá afectada negativamente, al igual que los encargos de otros clientes.
  • No juzgarlo, porque el abogado sabe que se encuentra frente a un ser humano, y por tanto, si bien no justificará o aprobará tal o cual conducta, se limitará a comprender lo humano de la misma, centrándose en ayudarlo al amparo de sus destrezas profesionales y con arreglo al ordenamiento jurídico. Si ya de por sí juzgar a otros no es precisamente una virtud, el abogado está más obligado si cabe a respetar dicha regla, pues la defensa de los intereses de un tercero no pueden verse contaminados, como hemos avanzado, por un criterio personal que lo que hará es condicionar dicha defensa.
  • Distanciarse, objetivando el asunto y prescindir de la pasión que nos transmite y a veces exige la propia subjetividad del cliente; distanciándonos de formar parte de sus intereses, pues el sufrimiento del cliente no puede hacernos olvidar nuestra obligación. El abogado no es familiar, amigo o socio del cliente, el abogado es un tercero que constitucionalmente tiene el deber de defensa de sus intereses, y para ello deberá actuar con independencia, razón que exige alejarse del mismo y de sus pasiones, pues de actuar movido por estas, nuestra actividad se haría insoportable. Como decía COUTURE “Olvida. La Abogacía es una lucha de pasiones. Si en cada batalla fueras llenando tu alma de rencor llegaría un día en que la vida sería imposible para ti. Concluido el combate, olvida tan pronto tu victoria como tu derrota”.
  • Asesorarle partiendo de lo humano, es decir, comprendiendo, pero no invitándolo a la pasión o a perseverar en una conducta perjudicial para sus intereses a través del fomento de soluciones injustas o ilegales. El consejo, una de las funciones claves del abogado, se debe administrar sin olvidar que va dirigido a una persona, con sus emociones y sentimientos especialmente afectados por el caso que le lleva al profesional, motivo por el que el abogado debe actuar con mucha prudencia y honestidad, siempre construyendo.
  • Una de las herramientas más poderosas que tiene el abogado, dentro y fuera de una sala de vistas, es la capacidad de escuchar activamente. Y cuando hablamos de escucha, nos estamos refiriendo a la denominada escucha activa,  técnica o método de escucha y respuesta a otra persona que incrementa la mutua comprensión de los interlocutores a través de un proceso de obtención de información que, respetando las emociones en juego, facilita enormemente la comunicación. Es un proceso que requiere escuchar con atención, empleando literalmente los cinco sentidos, concentrando toda nuestra energía en las palabras del interlocutor, a fin de transmitirle no solo que lo estamos entendiendo, sino que estamos verdaderamente interesados en su mensaje. No hay nada mejor para conectar con la persona, con el ser humano, que escucharlo.

3º.- Compañeros de profesión. El abogado humanista sabrá posicionarse en la situación del compañero, quien a la postre está haciendo el mismo trabajo que nosotros, alejándonos de toda animadversión o resentimiento. Quizás esta cuestión, muy vinculada a la deontología, es de notable importancia,  pues entre los compañeros debe presidir la lealtad y respecto en el más excelso de sus sentidos. Ya lo dice la frase proverbial “los clientes pasan y los compañeros quedan”, haciéndose eco de la importancia de mantener unas relaciones leales a pesar de encontrarse defendiendo en planos completamente opuestos.

4º.- Jueces y otros operadores jurídicos. En este escenario, el abogado debe reflexionar y comprender el porqué de las reacciones con las personas que no piensan como nosotros y que están igualmente afectados por múltiples problemas que afectan a la Administración de Justicia. En la medida en la que el abogado enfrente las incidencias que se produzcan con ese grado de conocer lo humano, probablemente actuará con más claridad y ecuanimidad, lo que redundará en la defensa del asunto. Una buena relación entre jueces y abogados es vital para el funcionamiento correcto del sistema, y aquí destacan algunos de los aspectos ya señalados: lealtad, respeto, consideración, empatía, escucha, etc., virtudes que nos ayudarán a transformar estas relaciones profesionales en unas relaciones verdaderamente humanas.

5º.- Las personas ajenas a la profesión: Familia, amigos y conocidos, conforman grupos de personas con los que interactuamos y con los que, cuando se  trata de hablar sobre nuestra profesión, surgen numerosas discrepancias e incomprensiones, lo que nos suele generar perplejidad y tristeza, pues en pleno siglo XXI son muchas las voces que, desconociendo nuestra profesión, realizan juicios de valor que, fundados en la ignorancia, traspiran una animosidad hacia lo que hacemos y, por extensión, hacia todo lo relacionado con el mundo de la Justicia y sus operadores. Aquí, los abogados, más que nunca, hemos de cumplir con nuestro deber de magisterio social y contribuir a mejorar el conocimiento de nuestra profesión. De esta forma, sin duda, se mejorarán las relaciones con nuestro colectivo y, en última instancia, la sociedad podrá aprovechar mejor nuestras potencialidades.

Concluir señalando que el humanismo contribuye a que dispongamos de una sensibilidad muy acusada, que no puede confundirse con debilidad, y que nos permitirá alcanzar una comprensión más completa de todo lo que ocurre en nuestra vida profesional y, sin duda alguna, contribuirá a una mejora de la Administración de Justicia, pues mejorando las relaciones entre las personas, se mejora el funcionamiento de las instituciones en las que estas interactúan.

CONCLUSIONES:

  • El siglo XXI está siendo el periodo del descubrimiento de las habilidades, destrezas y cualidades humanas con las que el abogado debe afrontar sus retos y actividades diarias.
  • La naturaleza humanista de la profesión influye en nuestra forma de ser y vivir la profesión.
  • El abogado, como humanista, debe privilegiar el aspecto humano de sus relaciones con sus clientes, abogados adversos, jueces y otros operadores jurídicos.
  • Una actitud humanista de la abogacía, contribuiría a la mejora de la Administración de Justicia.