El violinista Itzahak Perlman, al comienzo de su actuación en un concierto ofrecido en Nueva York comprobó como una de las cuerdas de su violín se rompió. En lugar de repararlo, y para el asombro de los asistentes, Perlman continuó tocando como si estuviera en las mejores condiciones instrumentales y anímicas, con total entrega y compromiso con su auditorio.

Al concluir, y dirigiéndose a un público entusiasmado, les dijo: “¿Saben lo que ocurre? Hay momentos en los que la tarea del artista es saber cuánto puede hacer con lo que le queda”.

Esta anécdota, con las lógicas diferencias, recoge un escenario que suele ocurrirnos a los abogados a diario, y me refiero con ello a esas situaciones en las que teniendo completamente preparada nuestra tarea, surge un imprevisto y nos vemos obligados a continuar actuando limitados por dicha incidencia.

En base a tales circunstancias,  una de las habilidades relacionadas con la comunicación que todo abogado debe dominar es la improvisación, entendida como la habilidad de hacer algo que no estaba previsto o preparado llevado de la acción del momento, es decir, un hacer de pronto, haciendo uso de los medios que en ese momento tenemos a mano.

En la presente colaboración analizaremos por tanto algunos aspectos esenciales de la misma desde la perspectiva de la práctica profesional del abogado en sala.

Para ello, lo primero que hemos de destacar es que la improvisación, aunque responde a una situación no prevista, sin tiempo o posibilidad de obtener información para dar respuesta al evento, y con unos recursos limitados a los disponibles en el momento de improvisar, va a requerir de unos conocimientos previos y experiencia de quien tiene que improvisar. Ya lo señalaba el abogado parisino Henri Robert  “La improvisación del abogado no es, como muchos creen, una especie de milagro intelectual espontáneo, comparable al milagro de Moisés que hace brotar un manantial de una roca desnuda. En la improvisación, la fuente no brota sino cuando previamente el abogado ha sabido acumular un oculto tesoro de vocabulario, de imágenes, de ideas, de conocimientos apropiados, en el que no tiene más que escoger en el momento oportuno. En realidad, la improvisación no es más que el resultado de un largo trabajo de acumulación”.

Dominar el arte de improvisar es clave para el abogado, ya que en el foro siempre se podrán producir situaciones que exijan del orador que intervenga acuciado por las circunstancias del momento, sin tener preparada previamente su forma de actuación. La razón de esto es obvia: lo que puede acaecer en el desarrollo de las vistas no depende de nosotros, y existen múltiples factores que, debidamente conjugados, pueden derivar en situaciones no previstas.

A modo de ejemplo, podemos destacar algunos de estos “episodios”:

  • La interrupción por el juez al letrado durante la exposición oral del informe o del interrogatorio para realizarle una advertencia (que abrevie la exposición, que le queda tanto tiempo, que se está saliendo de la cuestión, que la pregunta es impertinente, que modifique el curso del interrogatorio, etc.).
  • Interrupción del adversario durante nuestra exposición.
  • Interrupción del adversario mientras interrogamos.
  • Apercibimiento de retirada de la palabra.
  • Durante nuestro informe el juez mantiene una conversación con algún oficial que acaba de acceder a sala para comunicarle algún extremo.
  • Interrupción del público o del testigo.

Por ello, el abogado que improvisa adecuadamente es aquel que sabe que durante el desarrollo de la vista pueden producirse imprevistos que deberá identificar a priori y preparar una respuesta adecuada a los mismos.

Con el conocimiento sólido de la materia procesal y de fondo del asunto dispondrá de las herramientas adecuadas para salir airoso y con solvencia, momento éste en el que se demuestra la experiencia y valía del abogado quien, ante cualquier circunstancia espontánea, sabrá cómo reaccionar con soltura, transmitiendo así una imagen de poderío y solidez que repercutirá favorablemente en el auditorio. De este modo, estará concienciado de que debe trabajar siempre en condiciones alejadas de lo perfecto e ideal, pero con una entrega y entereza dirigida a alcanzar el mejor resultado posible, asumiendo las consecuencias desfavorables de nuestras decisiones, y con la mente puesta no en los resultados, sino exclusivamente en el buen hacer.

Como ejemplo personal destacaría un juicio al que asistí en defensa de la parte demandada y en el que, tras analizar el posible proceder del abogado adverso, presumí que plantearía un posible hecho nuevo al principio de la vista. Consciente de ello, estudié el proceso de planteamiento y contestación al hecho nuevo, y preparé mi oposición con todo detalle. Finalmente, el día del juicio el compañero planteó dicho trámite y, tras oponerme, el juez me dio la razón y desestimó el hecho nuevo.

Por el contrario, el abogado que no sabe improvisar suele carecer de un conocimiento completo de la materia (sustantiva y procesal) que está tratando, lo que motivará que cuando se presente la situación actuará con inseguridad, impaciencia e ineficacia para gestionarla.

Como ejemplos que nos sitúan ante una pobre improvisación podemos destacar aquellos casos en los que un abogado pide a otro que le haga una vista encargándole el caso el día anterior, o el más que habitual proceder de dejar el estudio y preparación del asunto para el día previo a la vista. En estos supuestos, podremos presenciar escenarios en los que el orador deberá afrontar situaciones difíciles, ya que carece de los conocimientos y, con ello, de la fluidez necesaria para responder a cualquier imprevisto (aclaraciones, contestar a refutaciones, responder a ofrecimientos de acuerdo, etc.). Como ejemplo personal de una mala improvisación, basta con apelar al caso anterior preguntándonos ¿qué hubiera ocurrido si no hubiera contemplado la opción de invocarse un hecho nuevo de adverso?

A modo de “recetario”, el abogado debe disponer de algunas reglas que le auxilien ante estas difíciles circunstancias:

1º.- Ser conscientes y aceptar que los imprevistos constituyen una realidad en la jornada diaria del abogado, pues admitir dicha idea nos permite estar más preparados para afrontarlos, evitando con ello conductas de frustración, enfado y, en ocasiones, ira ante el malestar que suponen los imprevistos.

2º.- Identificar los imprevistos. Es lógico, ya que luchar contra un enemigo desconocido constituye un gran error. Por ello, hemos de conocerlo antes de que sea demasiado tarde.

3º.- Disponer de herramientas para luchar contra los imprevistos. Este aspecto es fundamental, puesto que si estamos preparados, actuaremos con seguridad, paciencia y eficacia para gestionar la situación. Dicho de otro modo, cuando llegue el imprevisto no nos pondremos nerviosos, impacientes y enfadados, elementos estrechamente vinculados a un comportamiento ineficaz que solo nos reportará insatisfacción y nulos resultados.

4º.- Disponer de un Plan B para prevención de aquellos imprevistos más graves, hemos de tener a mano una planificación alternativa que nos facilite la respuesta a la situación creada. Si conocemos los imprevistos, podremos establecer planes de actuación a medida que nos permitan actuar con rapidez y eficacia, y esto en una intervención en sala puede ser determinante.

Me gustaría concluir con una frase de Arturo Majada, quien nos advierte que la intervención del orador en sala constituye una «improvisación preparada».

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